Título: Qué hacer con estos pedazos.
Autor: Piedad Bonnett.
Editorial: Alfaguara.
Págs: 168.
Sinopsis: Un retrato estremecedor, empujado por una autenticidad feroz, acerca de la vida matrimonial, la vejez y los vínculos familiares.
A sus sesenta y cuatro años, Emilia se enfrenta a la remodelación de su cocina. Su marido lo ha decidido por su cuenta y ella, que solo quiere estar tranquila con sus libros, se siente incapaz de oponer resistencia.
Bonnett parte de este hecho cotidiano y aparentemente banal para construir una semblanza de la plácida y peligrosa insatisfacción, y de mujeres arrinconadas por muy distintos tipos de maltratos y silencios. El paso del tiempo, su acumulación y su peso, el aburguesamiento y la vejez (propia y ajena), y la imposibilidad de conocer realmente a quienes nos rodean empapan esta novela para obligarnos a mirar donde, a menudo, no queremos mirar: a lo que de verdad somos.
Opinión personal: El primer libro que leí de esta autora fue 'Lo que no tiene nombre', un libro durísimo sobre la pérdida de un ser querido pero que recomiendo muchísimo, así que tenía que repetir. 'Qué hacer con estos pedazos' tiene una prosa que es una auténtica delicia. Piedad Bonnett transmite mucho en pocas palabras y eso me encanta. En este libro habla sobre la vejez, las consecuencias del paso del tiempo en las relaciones, la incertidumbre y la angustia de no saber si has aprovechado bien cada segundo vida o si deberías haber hecho mucho más. Es tan real, triste y desolador que asusta.
"Los lazos familiares son también grilletes."
"Envejecer es renunciar. Dejar atrás. Desinteresarse."
"Toda la vida tratando de sostenerse en ese punto de equilibrio que se les exige a todas las mujeres, toda la vida desafiando las miradas que te echan culpas, no sabes cuidarte, estás cada vez más lejos de lo que nos gusta, eres demasiado pequeña, demasiado grande, si sigues así vas a ver, deberías..."
"A su hermano Luciano lo quiere con la nostalgia que se siente por lo perdido, porque también se hace duelo por los vivos."
"A veces el dolor es eléctrico. Como una descarga que atraviesa la carne. Cuánto de cero a diez, pregunta su médico en cada consulta. A veces cinco, a veces siete, a veces nueve, responde ella, pero lo que quisiera decir es nunca uno, nunca dos, nunca menos de cinco. Dolor siempre. Otras veces el dolor es quemante, agudo. Como un clavo caliente. O profundo, como una espátula que raspa el hueso. Pero ella hace rato que abolió la queja. Porque esta pide un oído, palabras, compasión. Y en cambio puede encontrar sólo silencio, un gesto fastidiado, una acusación. Cuando es insoportable o constante el dolor nos aísla."
"¿En qué momento su padre dejó de abrazarla así?, ¿en qué momento permitió que el miedo de no estar a la altura de su tarea educadora lo convirtiera en un hombre severo, castigador, cuyo cariño se expresaba sólo en exigencias y mandatos? A veces quisiera volver a sentir abrazos así, tener un pecho dónde recostar la cabeza, que alguien bese su pelo como se besa a un niño."
Puntuación: 4⭐/5
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