Ni siquiera le conozco personalmente, tan solo por rumores e historias que alguien que tenemos en común me ha contado. Así que, por favor, perdóneme si me equivoco en alguno de los aspectos de los que ahora voy a hablarle, pero tengo entendido que es un poco intransigente e irrespetuoso (a veces) con las opiniones de los demás. Entiendo que su vida ha sido fácil, que tuvo una familia estable y cariñosa de la que sentirse orgulloso y una vida que muy pocos aquí en la tierra se hubiesen atrevido a vivir y que otros muchos envidian. Pero usted lo hizo, aún a riesgo de perder amigos, hijos, parejas, se arriesgó a vivir tal cual quiso.
Jamás se ha parado a analizar las consecuencias de sus actos, ni los pesares o tristezas que estos provocaban en la gente que, de algún modo que yo aún no alcanzo a entender, usted consideraba “importantes”. Pero la cosa está, amigo mío (espero que a estas alturas ya me permita llamarle amigo), en que es ahora cuando usted está haciendo balance de los daños. No sólo los que ha infringido sobre otros, sino también los propios. Y no, señor, sé que no es un acto de bondad, que usted no ha cambiado un ápice su forma de actuar. Ambos sabemos que la culpa que ahora pueda sentir es mínima comparada al daño que ha causado, en cualquier caso, soportable. Y no me negará, que es más que merecida. Pero seamos sinceros, buen amigo, ahora que le ha visto los pies al lobo, quiere irse al otro barrio perdonado y libre de culpas. No por ningún castigo divino, me consta que no es usted especialmente religioso. Es más bien cuestión de conciencia, quiere dormir bien las noches que le queden y que de vez en cuando alguien se acerque a usted y le dedique algunas palabras bondadosas. Pero, y siento ser yo quien se lo diga, ya es demasiado tarde para pedir clemencia. El daño está hecho, no puede repararlo ni pedir compasión a aquellos con los que usted nunca la ha tenido.
Quizás ahora se pregunte quién soy yo, apuesto que antes de este mensaje jamás habría captado su atención, pero ahora la tengo y es toda mía, ¿sabe por qué? Porque está solo, nadie le soporta, y aunque estas sean las palabras de una desconocida y aunque sean duras y punzantes como alfileres clavados en los huesos, son lo único que tiene, aparte del silencio, ese que ahora le molesta, ese que no le deja dormir, ese que lo acompañará a la sepultura.
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